Informe Rojo
Fidel y Regina: aquella persecución
* El crimen de Ernestina Ascencio se reactiva * Violada por militares en Zongolica * El asedio a la periodista * Ahí la lleva Andrés Manuel * 120 mil muertos a fin de año * Las andanzas de Eusebia * El falso colosismo de Mijangos * Zenyazen y Rotter
Por Mussio Cárdenas Arellano
A Regina, en especial a Regina, Fidel Herrera le mostró el puño, cercándola y asediándola, judicializando su información. Y todo por una violación. Y todo por la implicación de militares en el agravio y muerte de Ernestina Ascencio, una mujer indígena de Zongolica.
Sobre Regina Martínez, corresponsal de Proceso, Fidel vació el aparato de poder, citándola, conminándola a comparecer, queriendo una delación, que revelara la fuente que filtró la fotografía de la víctima en la morgue. Y no lo consiguió.
A Regina y a Proceso no los increpaba Fidel, así fluyeran las crónicas de muerte, la violencia sin fin, las andanzas de policías cómplices del narco, la debacle de seguridad y el dominio de Los Zetas consolidada en la “plenitud del pinche poder” de la que tanto alardeaba el de Nopaltepec y que la corresponsal de APRO y de la revista de Julio Scherer documentó, hiló, le siguió la pista por años y describía a detalle.
Divulgar el ataque a Ernestina Ascencio Rosario, la implicación de elementos del Ejército, la violación, el ataque artero, bestial a una mujer de 73 años, el cambio de dictamen forense descartando el ataque sexual, inquietó al entonces gobernador de Veracruz pero más la difusión de la fotografía de la víctima en la plancha de autopsias. Y ahí embistió a Regina.
A Ernestina Ascencio se le halló ultrajada, el 25 de febrero de 2007 en el campo donde solía pastorear a sus borregos, en Tetlatzinga, localidad del municipio de Soledad Atzompa, en la sierra de Zongolica. Agredida, herida de muerte, presentaba un intenso dolor en la cadera, hemorragia y signos de violación. En su lengua originaria, el náhuatl, expresó lo que vendría a ser el cargo principal contra los militares: “Pinome Xoxome” (los hombres de verde), al ser hallada por su hija Marta Inés. Y hablaría de sus armas, las carrilleras, el uniforme, su dolor. “Fueron los soldados, m’ija”, le dijo a Marta Inés Ascencio, según reseñaron Regina Martínez y Rodrigo Vera en Proceso. “Los soldados me golpearon, me amarraron y me taparon la boca. Traían sus cartucheras repletas de balas (clavos en el pecho)”.
Otra versión, a partir del traductor que refirió lo expresado por testigos y familiares, apunta a que Ernestina Ascencio refirió que “los soldados se me encimaron”, lo que dio pauta a presumir una violación tumultuaria.
Aún con vida se le trasladó al hospital de Camerino Z. Mendoza y de ahí, por su gravedad, al de Río Blanco. Horas después, ya siendo 26 de febrero, falleció.
Su historia compendia el agravio desde el poder y la impunidad descomunal. Cuatro militares pervertidos, vaciando sus vilezas en la humanidad de una mujer indígena de 73 años. Los hombres de verde asentados ahí, no para enfrentar a sus pares del crimen organizado, sino para el control y el sometimiento de un pueblo bravo.
Soldados que molestaban a las mujeres indígenas, que robaban la leña y sus animales a los varones, allanándoles sus propiedades, que les quitaban lo poco que tenían, agudizándoles su pobreza. Y el agravio: con tono despectivo les llamaban “indios”.
Soldados protegidos, encubiertos, solapados por la mafia política-judicial, cobijados por la mano infame de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, por el cinismo criminal de Felipe Calderón, por la mente siniestra de Fidel Herrera Beltrán, innodados por su silencio Reynaldo Escobar, secretario de gobierno fidelista; Emeterio López Márquez, procurador.
Al crimen de Ernestina Ascencio siguió la suciedad política de Fidel. Sus legistas caminaron en dos rutas. Un día fueron instados a defender su dictamen de violación, del ataque sexual, la penetración, el daño a órganos vitales —pulmón—, fractura de cráneo, fractura de costillas, un infarto al miocardio y la presencia de líquido seminal, como expresó el médico Juan Pablo Mendizábal.
Miguel Mina, subprocurador de Justicia en la zona de Córdoba, expresó: «El dictamen médico pericial revela que tenía fractura de cráneo y fractura de costillas, así como lesiones en diversas partes del cuerpo”.
Agregó: «Se encontraron laceraciones y desgarres en la vía anal. Lo mismo en la vía vaginal, de acuerdo al dictamen de la neurocirugía que le hizo el Ministerio Público”.
Hoy, Juan Pablo Mendizábal le dice a Norma Trujillo, reportera amiga de Regina Martínez, integrante del colectivo Voz Alterna, que nunca cambió su dictamen y eso le costó el trabajo.
“Por honestidad, por justicia, no lo cambiaría. Ernestina fue agredida sexualmente. Por todos los indicios que se encontraron, por todos los hallazgos físicos, los desgarres, el antígeno prostático encontrado en el recto y la vagina es exclusivo de los hombres. Todas esas cosas en conjunto fueron determinantes para estar completamente seguros de la agresión sexual de la señora Ernestina”.
Y apunta algo más:
“Fue violada por tres personas”. Es el resultado de cromosomas de al menos tres personas”.
Fidel jugó con la violación y el crimen de Ernestina Ascencio. Usó el ataque para llevar al banquillo de los acusados a once soldados, de los cuales cuatro quedaron sujetos a investigación. Y luego se arregló con Felipe Calderón.
Guillermo Galván era el secretario de la Defensa Nacional. Pagarían, dijo, los responsables. Eso afirmaba mientras en otros niveles del Ejército maniobraban para eximir de castigo a los soldados criminales. Y se impusieron los subalternos.
Andrés Timoteo, corresponsal de La Jornada en Xalapa, exhibía el alineamiento del Instituto Veracruzano de las Mujeres con la versión calderonista: Ernestina Ascencio murió por un cuadro de anemia aguda y gastritis.
Vendría luego el toque final: la Comisión Nacional de Derechos Humanos, entonces a cargo de José Luis Soberanes, intervino en el caso. Se determinó exhumar el cadáver, practicar una nueva necropsia, confirmar que Ernestina Ascencio murió por gastritis y salvar al Ejército.
Pero Regina Martínez no dejaba de informar.
Desde Proceso seguía la pista. Daba voz a los cinco hijos de Ernestina Ascencio. Hablaban los testigos que auxiliaron a la víctima mientras agonizaba en el campo. Se alzaba el reclamo del alcalde de Soledad Atzompa exigiendo que el Ejército se retirara, que cesara el hostigamiento, que dejara en paz a un pueblo que no daba de qué hablar.
Bajo la firma de Regina y de Rodrigo Vera, Proceso publicó el reportaje “Fueron los Soldados, m’ija”, el 11 de marzo de 2007, y en éste apareció la fotografía de Ernestina Ascencio sin vida en la plancha del forense. Fidel arremetió. La Procuraduría de Veracruz citó a los reporteros a comparecer a partir de una recomendación de la CNDH para establecer la responsabilidad de quien captó la imagen y la difundió.
Regina y Rodrigo Vera apelaron a la secrecía y el resguardo de la fuente informativa y no hubo más. Andrés Timoteo alertó en torno al citatorio no sólo en La Jornada sino en portales que difundieron el texto.
Regina y Timoteo aparecerían en 2011 en una lista de reporteros a los que el gobierno de Javier Duarte tenía en la mira. Ella fue asesinada —golpeada y estrangulada— el 28 de febrero de 2012 en su domicilio de Xalapa, la capital veracruzana, y Timoteo, tras recibir horas después una llamada en la que le soltaban la amenaza de muerte, salió de México para asentarse en Europa y desde ahí continuar con su ejercicio periodístico.
Callada, menudita —apenas 1.50 metros de estatura—, Regina Martínez portaba un misil en los dedos. Tejía textos demoledores, irrefutables, hirientes para el miserable de Nopaltepec y su corte. Documentaba el olvido al campo, la represión a los grupos campesinos, las protestas frente a palacio de gobierno, el saqueo descomunal a las arcas desde los días de Fidel en el poder hasta el arranque del desgobierno de Javier Duarte.
Fueron sus temas la corrupción, el abuso, la vileza, la soberbia y la impunidad. Suyos, los relatos de fosas clandestinas. Suyas, las historias de policías ligados al narco, de jueces vinculados a la delincuencia. Suyo, aquel último reportaje en Proceso, documentando el endeudamiento brutal de Miguel Alemán, Fidel Herrera y Javier Duarte hasta disparar la deuda pública en un 67 mil por ciento en sólo 11 años (Proceso 1839).
Respetada por todos, sólo hubo uno que la asedió: Fidel Herrera Beltrán.
La vislumbraba disminuida, atemorizada, replegada, llevada ante la justicia. Fue una persecución y Regina resistió.
Forbidden Stories, proyecto periodístico a nivel mundial, que arroja luz sobre el hostigamiento de comunicadores, concibe el crimen de Regina Martínez más allá de un robo con violencia, hurgando en su información, con móviles en el narcotráfico y la implicación del estamento político.
Y ahí, Fidel va a temblar.
Archivo muerto
Un millón 260 mil contagiados en once meses y 2020 concluirá 120 mil muertos. Es el retrato del desastre obradorista frente al coronavirus, la debacle del demagogo —“ya domamos a la pandemia”, vociferaba Andrés Manuel López Obrador—, la torpe estrategia del subsecretario Hugo López-Gatell. Lejos queda el escenario catastrófico de los 60 mil muertos y México se ubica en el cuarto sitio mundial con el peor récord. Llama el Mesías a no salir en 10 días, a guardar reposo navideño, cuando el registro de contagios es pavoroso —10 mil en promedio al día— y los muertos van de los 600 a los 800 diariamente. Él, que no cesa en andar de gira en gira, que va a Tabasco en helicóptero para observar desde las alturas a los pobres que inundó, o que visita Oaxaca o Chihuahua o Baja California, pide ahora confinarse para no agravar el desastre que se ve venir. Arengaba López Obrador a salir, estrecharse las manos, a convivir. Envió mensajes siniestros al rehusarse a usar cubrebocas o aplicarse gel antibacterial. Hoy, la pandemia se agiganta. Maquillan el semáforo y hay resistencia a admitir que México es rojo. Y Gatell con el repertorio de sandeces, incongruencias, sorna e irresponsabilidad. Ahora el semáforo no es tan confiable. Y el presidente es fuerza moral, no factor de contagio, y a partir de ahí a abrazar fanáticos y morderle la mejilla a pequeña en presencia de una multitud. Los hospitales se saturan. La Ciudad de México y el Estado de México; pronto Jalisco, Nuevo León, Chihuahua, tendrán un escenario de muerte. Y Andrés Manuel trabado en que los números reflejan que la curva se aplanó y se domó a la pandemia. Enero tendrá otro show, el del plan de vacunación. México entre las primeras siete naciones en contar con el remedio para inmunizar a la población. Siendo vecino de Estados Unidos y con un pésimo manejo de la crisis de salud, era obvio que algún salvavidas le tendrían que arrojar. Por lo pronto, cerrará 2020 con 120 mil muertos, quizá más… Sobre Eusebia Cortés viene una tormenta. Hay evidencia de la manipulación de un cargamento de ayuda a sectores de la sociedad en nivel de emergencia. Sueña la regidora con una diputación local, sólo porque le es placentero el canto de otros asnos en el Congreso de Veracruz. Proviene del gremio del reclamo, taxista con placas con tufo a Javier Duarte, agitadora de banqueta con participación protagónica en aquellos disturbios derivados de uno de los tantos gasolinazos del peñanietismo, arengando en las calles a paralizar el sistema de transporte. Y cuando estalló la violencia e iniciaron los saqueos a tiendas y plazas comerciales, mejor se esfumó. Le da cuerda Rocío Nahle —la torpeza también es “Marca Registrada”—, su madrina. La secretaria de Energía no cesa de reclutar viruta y cascajo político, de favorecer al socio del compadre en Dos Bocas, de timar a López Obrador con el cuento de que una refinería es negocio rentable. Tal para cual, Rocío y Eusebia le dan estatura a Morena, una por ignorancia política y la otra por ignorancia total. En breve, la nueva gesta de doña Eusebia… ¿Alberto Mijangos, representante de la corriente colosista en Coatzacoalcos? Algo se mete el ex secretario de Gobierno morenista cada que se le ocurre aspirar a la alcaldía de Coatzacoalcos. Hará 20 años, Mijangos se ostentaba como líder de la corriente madracista, sin advertir el reventón que a la postre sufriría Roberto Madrazo Pintado en sus aspiraciones presidenciales. Hoy se inserta en la aventura de las huestes marcelistas en Movimiento Ciudadano y se cuelga de la imagen de Luis Colosio Riojas, hijo del malogrado candidato presidencial priista, Luis Donaldo Colosio Murrieta, en una especie de colosismo de oropel. Sus limitaciones son bárbaras. Mijangos no es ni madracista ni colosista; es ivanista y peón de Mónica Robles, a la que sirvió el Integra y apuntaló en los proyectos del Clan de la Succión… ¿Quién es ese personaje al que el secretario de Educación de Veracruz, Zenyazen Escobar García, convoca a su comparecencia en el Congreso estatal, le reserva espacio entre sus más allegados, le tiende un puente de comunicación? Y sobre todo, ¿a cuenta de qué? Sus siglas son A de Armando y R de Rotter…
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